– por Lucas Pérez

Queridos hermanos, quiero compartir un sentido espiritual que he tenido hace bastante tiempo.

Tiene que ver con ser “centinelas” o “atalayas” para nuestras comunidades y para la Iglesia.

Este sentir se me confirmó leyendo el libro del Obispo Robert Barron. “Carta a una Iglesia que sufre”. Lo que  más me impresionó al final de libro que dice que en los momentos históricos de la Iglesia en crisis, el Señor ha levantado hombres y mujeres. 

Recordando un poco la historia, tenemos los siguientes ejemplos o testimonios:

  • Benito eligió alejarse al desierto, estuvo tres años en comunión con Dios. Se le unieron otros. Durante siglos los benedictinos re-civilizaron Europa, conservando lo mejor del mundo antiguo y ofreciendo un marco tanto económico como espiritual para el desarrollo de comunidades y ciudades. 
  • Francisco de Asís, que anhelaba vivir el Evangelio de un modo simple y radical, se le acercaron miles de personas  deseosos de compartir su vida. 
  • De Ignacio de Loyola, surgieron los Jesuitas y creció y engendró un ejército de misioneros, evangelizadores y teólogos, que atendieron la crisis espiritual de se momento.
  • El tiempo de la ilustración tuvo un efecto congelante para los movimientos espirituales, pero esto fue contrarrestado por el avivamiento metodista de John Wesley, Charles Wesley y George Whitefield en Gran Bretaña. 
  • Stuart Piggin ha detallado como el desarrollo del movimiento evangélico en Australia impactó la sociedad australiana.  
  • Jonatan Edwards defendió teológicamente el movimiento del Espíritu Santo en los avivamientos 1730 -1756  en Estados Unidos.

Podríamos  mencionar más hombres, mujeres y comunidades que, en un momento decisivo, sostuvieron y restauraron la Iglesia.

¿Quién sería lo suficientemente ciego como para no darse cuenta de la necesidad actual y urgente que la Iglesia tiene? Estamos viviendo un momento histórico decisivo en el que nos toca ser ese Baluarte.

 Esto me lleva a recordar lo que dijo David Pereyra 

La EDE es una medicina para una enfermedad que aún no ha llegado.

Pero ya llegó.

Entonces somos la estrategia de Dios para estos tiempos. La guía del Señor es muy clara en cuanto a nuestro papel de proteger, denunciar y ser una alternativa de vida cristiana sólida y eficaz. Podamos decir con humildad y temor “Vengan y vean cómo se vive en el Pueblo de Dios”.

Ser un Baluarte para los demás:  “Se indica, sin embargo, que somos llamados a causa de un tiempo de conflicto espiritual. El énfasis en esta profecía es en la defensa, la defensa de otros cristianos.  La profecía “Una nación en guerra” da una perspectiva complementaria al poner el énfasis en la ofensiva.  Además, la profecía del baluarte nos clarificó que solo íbamos a ser una parte de un esfuerzo más amplio.”

Cuando el Señor nos habló, él se dirigió a nosotros como su espada, la espada de su Espíritu.

El nombre está relacionado a la proclamación de la palabra de Dios (Efe. 6:17). También está relacionado al estar en un tiempo de batalla espiritual.  El nombre indica una misión para nuestros tiempos.”

En conclusión lo que quiero compartirles es que debemos ser, como líderes pastorales,  centinelas o atalayas para nuestras comunidades, exhortando y animando  que vivan  en ayunos, vigilias y oraciones porque estas son nuestras armas celestiales que nos harán permanecer firmes y perseverar con fortaleza, estas son las defensas espirituales.

Pero también debemos ser una voz para la Iglesia, una vara de medir, como a través de la evangelización, pero creo que debemos hacer algo más. Hoy día no se me ocurre.

En este momento de la historia de crisis de la Iglesia y en medio de esta pandemia siento urgencia como baluarte de ser esos santos que destaquen por su santidad, pero también por su inteligencia en buscar sostener la Iglesia con la fuerza y la potencia del Espíritu.

Por ultimo, te copio este mensaje de San Gregorio que también me impactó, y expresa lo que es ser un atalaya.

POR AMOR A CRISTO, CUANDO HABLO DE ÉL, NI A MÍ MISMO ME PERDONO

Hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel» (Ez. 3:17). Fijémonos cómo el Señor compara sus predicadores a un atalaya. El atalaya está siempre en un lugar alto para ver desde lejos todo lo que se acerca. Y todo aquel que es puesto como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia. 

Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi conducta están a la altura de mi misión. Me confieso culpable, reconozco mi tibieza y mi negligencia. Quizá esta confesión de mi culpabilidad me alcance el perdón del Juez piadoso. Porque, cuando estaba en el monasterio, podía guardar mi lengua de conversaciones ociosas y estar dedicado casi continuamente a la oración. 

Pero, desde que he cargado sobre mis hombros la responsabilidad pastoral, me es imposible guardar el recogimiento que yo querría, solicitado como estoy por tantos asuntos. Me veo, en efecto, obligado a dirimir las causas, ora de las diversas Iglesias, ora de los monasterios, y a juzgar con frecuencia de la vida y actuación de los individuos en particular; otras veces tengo que ocuparme de asuntos de orden civil, otras, de lamentarme de los estragos causados por las tropas de los bárbaros y de temer por causa de los lobos que acechan al rebaño que me ha sido confiado. 

Otras veces debo preocuparme de que no falte la ayuda necesaria a los que viven sometidos a una disciplina regular, a veces tengo que soportar con paciencia a algunos que usan de la violencia, otras, en atención a la misma caridad que les debo, he de salirles al encuentro. 

Estando mi espíritu disperso y desgarrado con tan diversas preocupaciones, ¿cómo voy a poder reconcentrarme para dedicarme por entero a la predicación y al ministerio de la palabra? Además, muchas veces, obligado por las circunstancias, tengo que tratar con las personas del mundo, lo que hace que alguna vez se relaje la disciplina impuesta a mi lengua. 

Porque, si mantengo en esta materia una disciplina rigurosa, sé que ello me aparta de los más débiles, y así nunca podré atraerlos adonde yo quiero. Y esto hace que, con frecuencia, escuche pacientemente sus palabras, aunque sean ociosas. 

Pero, como yo también soy débil, poco a poco me voy sintiendo atraído por aquellas palabras ociosas, y empiezo a hablar con gusto de aquello que había empezado a escuchar con paciencia, y resulta que me encuentro a gusto postrado allí mismo donde antes sentía repugnancia de caer.

¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún en la llanura de mi debilidad? Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante poderoso para darme a mí, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de palabra, ya que por su amor, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono. 

(Libro 1,11, 4-6: CCL 142,170-172)

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Lucas Pérez es un coordinador de la Comunidad Árbol de Vida en San José, Costa Rica. Es actualmente el Presidente de la Zona Centro y Península Ibérica en la región iberoamericana de la Espada del Espíritu.

Foto de los miembros de la Asamblea Internacional de la Espada del Espíritu frente a la Torre Belem en Portugal.